Facundo López
Arquitecto, nació en la ciudad de La Plata, donde reside actualmente. Estudió en el Bachillerato de Bellas Artes de esas ciudad, donde dio algunos primeros pasos en la fotografía. Tras sus estudios de grado, encontró de nuevo el gusto por las imagenes, ahora ligadas a la arquitectura. Pero no dejó pasar la oportunidad cuando realizó un viaje por el Noroeste Argentino, durante febrero de 2008, para realizar lo que él considera su retrato personal y siempre incompleto de esa vasta tierra, llena de historias, costumbres, personajes y lugares, donde la Pachamama y lo ancestral se funde con lo español, donde la cruz no ha logrado vencer la tradición de los «abuelos», y donde celebraciones mixtas, como el carnaval, explotan en festival de color, música y ritual.
Con respecto a su experiencia y su propia vivencia durante el Carnaval de Jujuy, él mismo nos lo cuenta:
«En la Quebrada de Humahuaca, todos los febreros se festeja el carnaval. Se inicia con el jueves de comadres, donde las mujeres se juntan a comer, coplear y bagualear hasta entrada la noche. Luego, el desentierro del carnaval trae al mundo de los vivos al mandinga, muñeco de tela que representa al diablo, y tras alguna ofrenda a la Pachamama, la madre tierra, comienza el carnaval, que durará por al menos 15 días en los distintos pueblos de la Quebrada y la Puna jujeña. El entierro del carnaval traerá la calma a estos parajes, y alguno de los diablitos que acompañaran a las distintas comparsas, se esconderá detrás de los cerros con aullidos desgarrados y pospondrá su alegría y su evasión por unos once meses.
Un micro nos llevaba lento, en subida, hacia la noche. A la izquierda y a la derecha, mientras el rugir del motor parecía aturdir y la velocidad, aburrir; se aparecía negro el cielo y el horizonte. El olor a coca, del que ya nos habían hablado, inundaba el colectivo. Una mujer tilcareña hablaba con algún pariente, o amigo, o vecino. El micro siempre en subida, muy exigido y muy lento; y la ventana, no dejaba de ser negra. Sin saberlo, o quizás ya oliéndolo… oyéndolo aquí o allá, íbamos camino hacia la Puna. Dejábamos una etapa en nuestras vidas, e iniciábamos otra. Ideología, creencias, prejuicios, quedaban apenas más arriba del nivel del mar, y nosotros, levitábamos cada vez más lejos suyo, acercándonos a Argentina y alejándonos de Buenos Aires. Allí era Tilcara. Amanecimos en la Quebrada de Humahuaca, en la provincia argentina de Jujuy.
Sentados en la plaza vimos el primer atisbo del carnaval. Unos diablitos engalanados en disfraces coloridos, llenos de espejitos que devolvían al sol toda la fuerza que pretendía hacer sentir a los 2000 metros de altura. Mientras caminaban, rojos y azules, las lucecitas manchaban los árboles, sus troncos, y a las personas que los circundaban y les sacaban fotos. Nos unimos a estos, y a cambio de algunas moneditas, nos llevamos uno de los mejores documentos fotográficos del viaje. El grupo endiablado degustaba helados y los exhibían como fruto de su trabajo infantil pero inocente. Daban vueltas, posaban para la cámara, y siempre aquello que escapaba al lente, ese tintineo constante de miles de cascabeles echando coplas sonoras que no decían el trillado “…llegando está el carnaval”, pero de alguna manera lo metían a uno en aquella experiencia que en apenas algunas horas iba a revolucionar las calles y la plaza de Tilcara.»
Chola
Esta señora miraba contenta a la concurrencia bailar, tomar y reir, mientras esperaba ansiosa la llegada del entierro del carnaval. No sé que habrá sido de ella cuando el cielo de Humahuaca se puso negro y la tierra seca empezó a oler a lluvia, creo haberla visto correr junto conmigo, algún tramo del camino serpenteante que nos sacaba de la fiesta en esa quintita alejada, y nos llevaba de nuevo al pueblo. Quizás se haya refugiado bajo algún árbol y estoica haya esperado hasta la noche profunda para cerrar como se debe con un carnaval más de varios muchos que habrá vivido. No pudimos presenciar esa ceremonia de entierro del diablo, la cacharpaya, donde se esconde en la base de algún cerro, o en su cima, un muñeco de trapo que representa al diablo y al carnaval; el frío y la carpa endeble nos lo impidieron.
Nos complace presentar la singular producción de este artista, colega platense y flamante Arquitecto; y apasionado descubridor asimismo, de la eventual, sugerente y profunda poesía de los Carnavales de nuestro «Intimo y a su vez lejano» norte Argentino.
Facundo nos deja entrever, con sus imágines «casi intimistas», una suerte de «Figuración Abstracta», plena de poesía y melancolía, de la espiritualidad y de lo festivo de las ancestrales fiestas Carnastoléndicas de nuestro Norte, y re-conduce nuestras miradas hacia allí.