Gustavo López
Periodista
Lic. Gustavo Diego López
Licenciado en Periodismo. Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social. 1988-1993.
Profesorado en Periodismo. Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social. 1997-1998.
Realizador Cinematográfico – Autor de variados Documentales.
PUBLICACIONES Y PRODUCCIONES REALIZADAS.
Coordinador y compilador del libro “Guía Práctica de Moreno”. Sobre la historia del partido de Moreno. 2001.
«Realizador y Coordinador del CD Cotrefrimin: Historias de Vida”. Municipalidad de Moreno. Proyecto sobre el rescate de la memoria colectiva a través de registros sonoros sobre la labor de la Cooperativa de Trabajadores del Ex – Frigorífico Minguillón en su intento de reabrir una fuente de trabajo. 2002
OTRAS ACTIVIDADES.
Investigador acreditado del Archivo General de la Nación. Área Cine y Video. Marzo de 2003 – Actual.
Integrante en el Proyecto Institucional :”El Documental y la Escuela” a partir del año 2003 en la elaboración de documentales:
2003: “55: sucedió una vez y para siempre”. Análisis de lo ocurrido en la Revolución Libertadora y la posterior caída del peronismo.
Dirección y coordinación de la investigación periodística.
2004: “Carnaval, el pueblo de fiesta”. Formas de identificación de la fiesta y celebración del carnaval, de los pueblos y regiones de nuestro país.
Dirección y coordinación de la investigación periodística.
2006: “Huellas, entre rieles e inmigrantes”. Origen del pueblo de Moreno a partir de la llegada del ferrocarril y las sociedades de inmigrantes residentes en el lugar.
Dirección y coordinación de la investigación periodística.
2007: “Ojos en Malvinas”. La mirada sobre la Guerra de Malvinas desde los ojos y voces de sus protagonistas (incluye testimonios de veteranos de guerra, Federico Urioste -director de la película Hundan al Belgrano-, entre otros).
Dirección y coordinación de la investigación periodística.
Contacto con Gustavo Diego López :
Uruguay 624. Moreno
Pcia. de Buenos Aires. C.P.: 1744
Correo electrónico: gudilopez@ciudad.com.ar
ORIGENES DEL CARNAVAL
«El carnaval es un espacio de libertad donde la imaginación y la creación dejan traducir su visión del mundo, su nivel de conciencia y por detrás del disfraz su indeclinable arraigo popular. A. través de la cara pintada el pueblo expresa lo que es, lo que quiere ser, pero también lo que no es.
Murgas y comparsas, son los embajadores de esta expresión y con su brillo y esplendor, recorren palmo a palmo las calles de nuestras ciudades.
En todos los pueblos, la fiesta alegra y conmueve el corazón del hombre. Es un deseo innato y profundo que nunca podrá arrancarse de su conciencia colectiva. El carnaval es un modo de ser y de vivir en el mundo con los demás, desde un ámbito gozoso, desinteresado y gratuito. La fiesta es una celebración plena de la vida misma que brota a borbotones en el corazón de todos los pueblos».
ORÍGENES DEL CARNAVAL… GRIEGOS y ROMANOS
Grecia, el culto a Dionisos.
La mitología griega encarnó en Dionisos la representación del misterio de la vida y de la muerte, con él se inventó la disociación entre el cuerpo y el alma completando el ciclo ritual. Adorarle significaba alabar al dios del placer y de las almas; era adorar la vida en plenitud y esperar más tarde la recompensa de la Eternidad.
Dionisos era el hijo de Zeus y Sémele, fue el dios más pagano de todo el panteón olímpico. La unión extraoficial de Zeus, máximo dios del Olimpo, y Sémele, diosa de la tierra e hija del rey tebano, dio origen a la divinidad más atractiva y más compleja. La representación pura del placer permitido alentado por los dioses y acompañado de todos los recursos dados a los seres humanos para disfrutar de la existencia con la ayuda del vino, la danza y el desborde de la pasión, en todas sus formas.
La desventurada vida de esta divinidad comienza casi con su concepción, ser un hijo bastardo significaba padecer el odio de Hera (esposa de Zeus) y las represalias de todo agente dependiente de esto. La primera vía para dar fin al recién nacido fue ponerse en contacto con los Titanes, a ellos encargó un impecable escarmiento que dejara una huella imborrable sobre las consecuencias que podrían padecer quienes se atreviesen tratar de compartir el disfrute del cuerpo y la pasión de «su2 Zeus. Los Titanes se ponen en marcha y buscan apoderarse de la criatura, para ello no hay oposición o fuerza capaz de detenerlos, por tanto su misión se consolida prontamente. La segunda parte del estratégico plan de hera, consistía en la destrucción tota del niño, a esto los Titanes obedecieron despedazándolo y colocando cada pedazo del niño en una olla al fuego, con la intención de evitar dejar rastros de la misma. Todo lo que iba a quedar era un granado que brotó al pie del lugar en donde fue desmenuzado el cadáver, un granado que había germinado con la sangre inocente que regó el suelo.
Hasta aquí parecería que el triunfo de Hera resultaba inminente. Al menos hasta aquí, ni Zeus, ni nadie había interrumpido el siniestro plan. Sin embargo, hubo alguien que fue testigo del crimen y obró a tiempo, este personaje. fue la abuela Rea, madre de Hera y Zeus. Ella acudió rápidamente al lugar de los hechos impidiendo que el destino se sellara. La reacción próxima fue recuperar los fragmentos de su nieto y con ellos logró dar una forma aproximada a la quien en vida había tenido. Rea recuperó a su nieto vivo y llamó a Zeus, quien se ocupó de poner al renacido a buen cuidado.
En manos de Perséfone, la moradora de las tinieblas subterráneas, solo vivió un corto lapso de tiempo, ya que esta dejó al pequeño Dionisos en manos de la reina Ino y el rey Atamas o Atamente en el reino de Orcómenes. Estos escondieron al niño entre las niñas intentando desviar la atención de Hera, en su inagotable sed de venganza. Hera descubrió el engaño y traslado e1 castigo a la pareja real, enloqueciendo al rey Atamas y obligando a Ino a huir hacia el mar no logrando salvar su vida. Una vez más, Dionisos había quedado a la deriva, aunque esta vez fue Zeus quien acudió en su ayuda refugiándolo en manos de las protectoras ninfas de Nisa.
Hera no era una divinidad de la que sea fácil convencer o de tener, una vez que se haya propuesto llevar a cabo cualquiera de sus complicadas acciones de represalia, aunque a veces la voluntad de los pares pueda detener sus maquinaciones, no renunciaba a ellas. Durante. su estadía junto a las ninfas parecía que Hera había aplacado sus ansias de venganza infinita, pero lo ocurrido en verdad era que había perdido su pista.
En el legendario y hermoso país de Nisa el joven Dionisos conoció la vid y de ella supo extraer el primer vino. Disfrutó de la vida en plena tranquilidad. Cuando ya crecido Dionisos cargaba con un parecido físico a su padre, comprendió Hera que aquel muchacho era su objetivo y este fue el blanco de su rencor. Por deseos de la diosa, la locura se apoderó de Dionisos para transformar su refinamiento en barbarie, su delicadeza en desmán, demencia que llevaría al ahora adulto personaje a ser el terrible capitán de una escuadra de aterrorizadores sátiros y ménades. Aquí comenzó una nueva etapa de Dionisos, una etapa cargada de sed de venganza que empieza con la destrucción de los primeros enviados de Hera.
El nuevo dios se había convertido en alguien tan inhumano y desmesurado como cualquiera de aquellos pobladores de las alturas, solo que ellos eran el reflejo de quienes los habían pensado y este nuevo dios «Dionisos» es el espejo del odio acumulado y las ansias de venganza desprendidos de una diosa avasallada por los amoríos, infidelidades y aventuras de su esposo. La locura de Dionisos lo llevó a múltiples enfrentamientos en los más variados lugares, logrando que su presencia deje el rastro con el cultivo de la vid y el secreto del vino.
Fue en Tracia, en manos de la abuela Rea, cuando Dionisos empezó a comprender la razón de sus actos y el origen de su desenfrenada aventura militar, fue aquí cuando comenzó a recobrar la cordura y encarar una nueva misión. Se trataba de hacer conocer a todos los buenos hombres la existencia de la vid y la bendición del vino, y con ese bagaje de felicidad agrícola, se llegó hasta las tierras de Icaria. A su soberano le enseñó Dionisos el cultivo de la uva y la elaboración de los vinos, con tan buen resultado que su rey Icario logró el primer vino producido por los seres humanos. La obtención de la primera cosecha de vino y el estupor de los hombres ante sus poderes se transformarán en la causa de los festejos dionisíacos donde el placer de las almas simbolizaba vivir en plenitud teniendo como recompensa la eternidad, una realidad de ensueño tras la muerte.
Roma, el culto a Baco.
Para los romanos Dionisos fue Baco, solo que eligieron su apellido griego en lugar de su nombre de pila. Por tal razón fue conocido como Bacus o Baco. Con él llegaron el vino y las fiestas religiosas, que convertidas en una desenfrenada excusa para llevar una celebración al extremo, se transformaron en las bacanales, fiestas privadas que se convirtieron pronto en un punto escandaloso, a pesar de que Roma ya conocía muy bien los excesos de los poderosos y también su fácil contagio entre las clases menos pudientes, enriquecidas con el creciente auge del imperio y deseosa siempre de gozar ante su adquirido poder ciudadano de la primera potencia del orbe.
En el ano 186 AC el Senado romano promulgó una ley que prohibía la celebración le las bacanales y trataba de remitir el culto a Baco a su entorno sagrado. En algo se redujo la publicidad de las fiestas, pero la idea básica ya había calado profundamente en las ciudades y en los campos inmediatos y el sentido agrícola se dividió totalmente. Rodeado de los atributos báquicos por excelencia, uvas y vino, el festejo más bien impío de Baco, centrado en la imitación del desenfreno adolescente del dios junto al recuerdo de sus sátiros, ménades y las alegres correrías sensuales y sexuales que caracterizó Roma hasta sus últimos días. El culto a Baco se ligaba, al igual que en Grecia, a los ritos mistéricos; ritos practicados en privado y acompañados de un deseo proselitista.
Los festejos dionisiacos o báquicos se convirtieron en la expresión mas firme y en el anhelo más necesario de establecer una moral de validez universal, dirigida a la consecución de valores prometidos por el cielo, a través de la religión en la vida eterna, del culto a la muerte ya la resurrección posterior. Este culto buscaba satisfacer una necesidad espiritual que iba creciendo constantemente entre los romanos, este era la búsqueda de la eternidad, encontrar una explicación al misterio de la vida en una sociedad saturada y desprovista de valores morales que vayan mas halla del simple aspecto exterior que las soluciones ofrecidas por la liturgia oficial no podían dar.
EL CULTO A LOS DIOSES Y LAS FIESTAS PAGANAS.
Las expresiones más puras del culto a las divinidades nos lleva a los análisis del término carnaval. Para muchos su origen deviene del paganismo relacionándolo con el carrus navalis, una especie de carro que, simulando la forma de nave, desfilaba al frente de los séquitos dionisiacos en Grecia, y luego en las procesiones que organizaba los teutones en homenaje a Herta, divinidad germánica considerada madre fecunda de la tierra; celebraciones éstas que contaban con la participación de hermosas mujeres lujosamente ataviadas que animaban los desfiles con sus cantos, sus gritos y sus risas.
Sin embargo, existen quienes ligan el origen al carnaval o carnevale con el marco religioso. Según los etimólogos, carnevale, procedía de la unión de dos palabras latinas: carro, carnis, carne y vale, adiós, simbolizando el desahogo o adiós a la carne, para entrar en la abstinencia de la cuaresma. El carnaval tiene su origen en Grecia y desde allí se dio su expansión no encontrando limite o frontera que lo detenga.
En los comienzos las fiestas bacanales o dionisíacas eran propias de Grecia, de allí pasaron a Etruria -región que abarcaba desde el Tiber a los Alpes, antes del advenimiento de Cristo- llegando finalmente a Roma; fue aquí donde su origen respetable y casto traducido en reuniones alegres con un alto grado de influencia religiosa comenzaron a sobrepasar las reglas de la moralidad no pudiendo detener la exa1tación de las pasiones y provocando en variadas ocasiones prohibiciones desde los diferentes estados de poder.
Las fiestas de la Roma antigua eran asociadas desde su origen a la religión. Los romanos no conocían en su propia sociedad la diferencia entre las fiestas religiosas y las paganas. La fiesta pública en Roma consistía en uno o varios días consagrados a los dioses. Su punto central estaba ocupado por el sacrificio o por otro rito, tales actos se realizaban en nombre de la comunidad política, que era al mismo tiempo comunidad de culto.
El culto y el sacrificio servían para el mantenimiento de la paz con los dioses, siempre amenazada. Las deformaciones, epidemias del ganado, enfermedades, catástrofes naturales y derrotas de la guerra, cualquier amenaza cuyo control superara las fuerzas humanas, era consecuencia del trastorno de la paz con los dioses.
Desde la siembra hasta la recolección, las fuerzas divinas debían ser aplacadas con sacrificios, oraciones y procesiones con ritos bien meditados y fiestas de gracia o juegos en nombre de los triunfos o fracasos obtenidos.
En éste contexto, tienen su origen los triunfos y las saturnales:
EL TRIUNFO.
El caudillo triunfante, después de haber concluido victoriosamente una. guerra, entraba en marcha solemne con el botín, los prisioneros y su ejército en el espacio amurallado de la ciudad, separado del hostil mundo exterior por una línea sagrada, el llamado Pomerium.
El ejército atravesaba esta línea al pasar por la puerta del triunfo. Se trataba de un algo mágico y ritual por el que el ejército se purificaba de las culpas de sangre y la maldición de la guerra al penetrar en el espacio… de la ciudad.
El desfile del ejército terminaba en el capitolio, donde el caudillo victorioso ofrecía los sacrificios. En aquel centro político-religioso de la comunidad, cumplía las promesas hechas en el momento de la partida del ejército; este objetivo explica por que el triunfo solo podía celebrarse tras una guerra concluida victoriosamente.
Pero el triunfo no servía solo para la purificación ritual del ejercito y el cumplimiento sacral y jurídico de las obligaciones contraídas con los dioses, sino también para proteger mágicamente de las amenazas de malos demonios al vencedor en su regreso. Tales demonios acechaban de manera especial al hombre encumbrado por la victoria y el éxito, así, el caudillo triunfante se protegía mediante amuletos colgados del carro triunfal y de su cuerpo. Sobre el carro triunfante, detrás el caudillo, iba un esclavo que decía en voz alta “recuerda que eres un hombre” y a ello se sumaban canciones burlescas desde los soldados que rebajaban a su general a una escala humana absolutamente corriente. Esa costumbre sirvió para proteger al caudillo de la envidia de los poderes infernales en el día más elemental de su vida. Lo importante a destacar hasta aquí es que éste circulo de religiosidad mágico ritual y de legislación social no quedó sujeto solo al ámbito religioso, sino que cobró vida política. Para el triunfador la ostentación y el reconocimiento máximo de sus logros era el primero y casi exclusivo objetivo de la fiesta del triunfo.
La aristocracia romana no era una nobleza de cuna con derechos de soberanía hereditarios y bien delimitados. Sus miembros debían luchar por el reconocimiento público y ascender por la escala de los cargos y honores por sus propias hazañas y haciendo recodar los méritos de sus antepasados. En una sociedad militar, el medio de conseguir en determinadas circunstancias consideración y un destacado prestigio era, antes que nada, el éxito y la victoria militar.
El equilibrio precario entre las pretensiones del poder y la solidaridad estamental se quebró a finales del siglo II; el triunfo adquirió una importancia tanto mayor como medio de ostentación personal y conquista de simpatías entre el pueblo y el ejército. Cada nuevo triunfo ponía en juego la vida de sus protagonistas, la exhibición de los propios logros llevaba al punto en el cual solo podía obtener un prestigio destacado quien supere a sus rivales, en consecuencia la ley de competencia empieza a jugar entre los comportamientos externos de los partícipes.
El caudillo triunfante no solo debía exhibir ante los ojos del pueblo de Roma sus logros a favor del Estado y su calidad de patrón generoso de sus soldados, sino también debía hacer que el pueblo forme parte palpable de aquella bendición dada tras la victoria.
En el torbellino de la lucha política por el prestigio y el fervor del pueblo, la fiesta del triunfo, cuyas motivaciones originales habían sido religiosas, acabó degenerando hasta convertirse en un medio para influir en las masas y en pretexto barato para presentarse con pretensiones de gran benefactor ante el pueblo y el ejercito.
El triunfo fue para el calendario romano un caso excepcional, festejos que marcaron en primer lugar el destino religioso de algunos líderes y en segundo lugar crearon el clima propio de una lucha política entre quienes necesitaban el prestigio militar para llegar a la conducción de un pueblo y e1 ascenso en la escala social.
La sociedad romana totalmente estratificada y condicionada desde adentro en volver mas laxa las relaciones de poder creó festejos regulares incluidos en el propio calendario romano.
Una de las fiestas favoritas resultaban ser las dedicadas al dios saturno.
LAS SATURNALES.
Oficialmente se celebraban el día 16 de diciembre y se prolongaban por varios días con sacrificios y un banquete público festivo. La fecha de celebración coincidía con la consagración del templo de Saturno en el foro romano. Probablemente las saturnales fueron las fiestas de finalización de los trabajos del campo, celebrada tras la conclusión de la siembra de invierno, cuando el ritmo de las estaciones dejaba a toda la familia campesina, incluidos los esclavos domésticos, tiempo para descansar del esfuerzo cotidiano. Durante los siete días que duraban las saturnales cesaban los trabajos públicos y operaciones de carácter militar, se perdonaba a los delincuentes y los esclavos eran admitidos en las mesas de sus amos y aún a las del propio emperador. Todo procuraba hacerse en un plano de igualdad y de justicia, confraternizando las distintas clases sociales en festines y diversiones que degeneraban en inmemorables orgías cuyo recuerdo subiste a través del tiempo como expresión máxima del desenfreno.
En el interior de cada familia se eliminaban todas las barreras que separaban al esclavo de su dueño.
Vivir y dejar vivir era el lema de la fiesta, lo que de ordinario estaba prohibido, se autorizaba en estos días locos. Las leyes contra el lujo permitían en las saturnales gastar en comidas una cantidad mayor que en los días corrientes y simular una posición social anhelada. Durante las saturnales se jugaba al mundo del revés y se caricaturizaban leyes y cargos públicos.
La utopía social se apoderó de 1a antigua fiesta campesina cuyos orígenes estaban lejos de una cultura urbana y cosmopolita que la interpretó como una reliquia de aquella época de justicia social en la que nadie era esclavo y no existía la propiedad privada.
Si la justicia social era un sueño, había que hacer todo lo posible para que la semana puesta bajo el gobierno de saturno ofreciera un reflejo de la antigua gloria.
La sátira se alza sonriente por encima de un problema grave: la escisión de la sociedad romana entre ricos y pobres, y su burla se dirige de la misma manera a la indilerencia de los ricos satisfechos de si mismos y a la impertinecia agresiva de los pobres.
EL CARNAVAL EN EL VIEJO MUNDO.
Los países que integraban el viejo mundo supieron disfrutar de la celebración del carnaval otorgándole una particularidad propia del lugar.
Fue en Francia, bajo el reinado de Enrique III, donde se implantó la costumbre de jugar con huevos llenos de líquido; práctica que luego prosiguió en España, para ir esparciéndose paulatinamente por las colonias americanas.
En el siglo VI tuvieron lugar, en tierras de la Galia, unas celebraciones que guardaban relación con las famosas Lupercales Romanas. Eran conocidas como la fiesta de los locos, dado que sus participantes constituían un espectáculo licencioso. Cohortes de desorbitados designaban a un obispo, que luego marchaba por las calles repartiendo bendiciones a diestra y siniestra, en tanto el estrafalario séquito, cuyos integrantes se cubrían el rostro con caretas que infundían mas pavor que risa, vociferaban toda clase de disparates y entonaban canciones groseras plagadas de obscenidades, destinadas a mujeres que hallaban a su paso.
Los edificios privados y también los templos se vieron escarnecidos por la turba, aunque afortunadamente el transcurso del tiempo fue diluyendo tales costumbres.
En el caso de Francia, es válido hacer la división entre lo ocurrido previo a la Revolución y lo posterior a ésta. En la etapa previa se cumplían fastuosas fiestas carnavalescas pero selectas para aquellos pertenecientes a la corte.
La Revolución Francesa dio origen a los festejos desenfrenados y la muestra de máscaras que ocultaban el origen socio -cultural de los participes. Sin embargo, los festejos quedaron aminorados por la epidemia de cólera y los injustificados castigos que surgían en forma irregular desde los sectores políticos más apoderados.
En la ciudad de Cannes, los festejos alcanzaron la máxima expresión de visualidad y buen gusto, distinguiéndose por su elegancia la Fete des Mimoses, que tenían lugar junto al mar.
En algunas regiones de Bohemia y Moravia, los habitantes iniciaban sus fiestas sacrificando con gran pompa algunos animales, especialmente gallos, a los que cubrían previamente con una vestimenta roja.
En Rusia, era costumbre exhibir fieras, y se hacia danzar a los osos de las estepas con la soga al cuello, formándoles marco un grupo de muchachas que bailaban motivos regionales.
Las festividades alcanzaron enorme difusión en Alemania, los festejos se iniciaban con mucha antelación al arribo del carnaval, y en ellos se evocaban leyendas provenientes de la Selva Negra. En Basilea, Suiza, el carnaval, o Farnacht, como se lo conoce, se inició en el siglo XVIII. Grandes comparsas, compuestas casi íntegramente por tamborileros y flautistas, carrozas alegóricas repletas de máscaras y los famosos gigantes y cabezudos recorrían las calles de la ciudad, haciendo bromas y alusiones, aunque sin extremar las sátiras.
En cuanto a los árabes, generalmente sombríos y taciturnos, abandonaban su misticismo para organizar, durante el mes de Moharren pintorescas mascaradas y bailes.
Finalmente los carnavales en España, en épocas de Don Juan II, rey de Castilla a comienzos del siglo XV, alcanzaron gran auge en Burgos y Valladolid. Sin embargo, no siempre esta clase de festividades gozó de la simpatía real, a partir de 1523 se impusieron castigos a quienes hicieron uso de máscaras.
En el siglo XVI Felipe IV, el personaje más poderoso de su época, mostró cierta predilección por éstas fiestas, pero en 1716 nuevamente se extremaron las medidas, cuando Felipe V prohibió también la careta, bajo pena del pago de mi1 ducados y 30 días de cárcel.
Pese a los inconvenientes, las reuniones no dejaron de practicarse, la población entera (nobles y plebeyos) participaban de las mismas, siempre y cuando se respetara llevar los rostros ocultos. El broche final del carnaval español era: «el entierro de la sardina», ese día los actos giraban en torno de un pelele, al que se le daba un significado político y social. La fiesta llegaba a su punto culminante cuando ponían una sardina en la boca al muñeco y lo conducían al lugar del entierro, rodeado por un abigarrado séquito, en el que figuraban jinetes montados en caballos y en mulos lujosamente enjaezados, calesas con tintineantes campanillas, ocupadas por alegres máscaras, y una compacta multitud que marchaba a pie, entonando canciones y prodigándose bromas.
Lo realmente excitante resultaba el trayecto hasta el lugar fijado para la ceremonia final, por cuanto a los costados del camino se alineaban vendedores de vino, licores, de buñuelos, de higos y de turrones, haciéndose de todo un incesante consumo.
Por la noche se armaban grandes hogueras y se quemaban otros muñecos, en tanto que se bailaba frenéticamente alrededor del fuego.
La palabra carnaval cambia de un lugar a otro… También se llama “Fasching”, “Mardi Gras”, “Vastelaovend”. Es un preludio de los rigores de la cuaresma, un lapso de tres días de locura, sobre todo en los lugares tradicionalmente católicos. El carnaval es una festividad pagana con sabor cristiano. En términos de etiología, según Antenor Nancests (1932) al principio al carnaval se lo refería al martes de absolución. A partir de ese día la Iglesia prohíbe comer carne (del latín levare). Según Perochi, la palabra carnaval proviene de carnelevamen, luego modificada a carne vale. En Pisa, tenían carnelevare, en Nápoles karnolevare, en Sicilia karnilivare.